martes, 6 de marzo de 2012



1982 – 2012: Una excelente mirada sobre las diferencias entre Veteranos que el estado Argentino debe resolver…




Ansiedad del Combatiente


Algunas veces me pregunto si los que opinan sobre los VETERANOS DE GUERRA saben que el soldado debe matar y puede morir por el honor y la gloria de la Patria.
“Juráis a la Patria seguir constantemente su bandera y defenderla hasta perder la vida” no es un compromiso insustancial, sino la aseveración que se dará lo más precioso de un ser humano, si la Nación lo convoca a sus ejércitos por el bien y la salud del país. El “SÍ, JURO” con que se responde crea una amalgama con la Patria.
No muchos argentinos han sentido la sensación de ser llamados ante una situación de guerra, ya que nuestro país, a lo largo de su historia, pocas veces se encontró ante una situación que imponga ser solucionada por las armas. Sin embargo, en el Siglo XX, si bien no se participó en las conflagraciones mundiales, si regionalmente, en defensa de nuestra soberanía en las operaciones que se denominaron “Soberanía” (Beagle) y “Malvinas”. En ambas oportunidades, argentinos, cumpliendo el deber militar y el juramento patrio, marcharon a la guerra. En el caso con Chile, el despliegue en ambos países y la posibilidad de un enfrentamiento fraterno, llevo a la lógica de la “disuasión” y la paz prevaleció. En el caso de Malvinas, el choque militar se materializo, sangre argentina se mezclo en sus tundras para siempre, y la derrota ante las poderosas fuerzas inglesas fue la consecuencia, dejando nuestra islas en manos de sus usurpadores.
En ambas situaciones, hubo quienes fueron movilizados e incorporados a las unidades militares, como así también civiles que, sin adquirir el rol de soldados, debieron cumplir misiones de los más diversos tipos. Tanto unos como otros ocuparon el lugar que se les asigno, algunos en las primeras líneas como tambien en sus instalaciones en la retaguardia. Cada uno cumplió, de esta manera, un rol asignado conforme las órdenes y disposiciones que se impartían. Todos, sin excepción, sabían que llegado el momento, si así se disponía, debería “matar” al tiempo que podía perder su “vida”. Así son las guerras para sus ejércitos, que deben cumplir los planes que se dispone y en los cuales cada uno, quizás sin saberlo, es eslabón de una trama férrea que se materializa en el combate.
Pese al valor, el patriotismo o el arrojo, los soldados se encuentran ante una presión psíquica que es tanto importante como los riesgos físicos. Esta presión que aparece con intensidad diversa se denomina “ansiedad de combate”. Esta ansiedad es superada por algunos, pero no en otros, lo que lleva a convertirse en un “trauma de guerra”. En nuestro país no se tiene antecedentes, pero, en el caso de los Estados Unidos de América, sí. En los ejércitos norteamericanos se estima que este trauma apareció en el 30% de los combatientes en Vietnam, 10% en los del conflicto del Golfo, del 6% al 11% en Afganistán y del 12% al 20% en Irak. Es lógico observar estas diferencias ya que los escenarios en los que se actuó fueron diferentes y, por lo tanto, con sus propias proporciones.
Los “traumas de guerra” son la repetición anímica de momentos o situaciones, con la sensación de que se los está viviendo y, consecuentemente, las reacciones que se produjeron. Estas reacciones se muestran como cóleras, enojos, tristeza o, casi siempre, violencia que, en algunos casos, conduce al suicidio. Si se observa el caso de los Estados Unidos de América con un 30% en los combatientes de Vietnam, ello se debió a la “ocultación oficial” de las bajas que, si bien apaciguaba el frente interno, creaba frustración en los soldados que estaban luchando.
En nuestro caso, se observan dos conductas diferentes entre los combatientes en la Operación “Soberanía” (Chile) de la Operación “Malvinas” (Inglaterra), ello se debe, posiblemente, al hecho de que los primeros regresaron con el aplauso de la sociedad, en cambio, los segundos, fueron ocultados y hasta avergonzados, por una inexplicable decisión gubernamental. Este diferente trato, seguramente, alentó a la superación el ánimo de unos y, lastimosamente, sumergió a los otros.
El tema argentino no termina en esta lucubración de antecedentes, sino que se agrava en la consideración de los combatientes, al unir las situaciones de los mismos bajo una diferenciación territorial y asignar al veterano una pensión que si le correspondería en el caso de disminución física o psíquica probada que le disminuye en sus capacidades laborales.
Últimamente, con un grado de sabor agrio, hay quienes confunden el tema del habitante en un territorio en guerra con la situación del veterano. La guerras modernas son amplias y abarcan a todo en los beligerantes, pero ello significa que los habitantes están expuestos a “morir” (víctimas inocentes), pero no les alcanza la obligación de “matar” que sí tienen los soldados. Esta diferencia en los alcances es lo que se tiene en cuenta en las calificaciones que se hace de los veteranos.
En poco tiempo más, Argentina recordara la “Operación Malvinas”, momento en el cual aparecerán los aplausos y las críticas sobre la gesta, conforme la visión interesada o no de quien la emita, pero, esperemos, que el tema de los “héroes” no sea mancillado, ya que son conciudadanos que fueron al combate por el juramento realizado.

Sería deseable que las autoridades, en una muestra de honra y gratitud, procedan a legislar sobre los veteranos para pagar así una deuda que tiene la sociedad hacia aquellos que convocados cumplieron con su deber militar.

Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila
LMGSM 1 CMN 73 VGB

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