martes, 18 de febrero de 2020

SOBRE HÉROES, MACHIRULOS Y PERDUELLIS
Claudia Peiró escribió en Infobae una excelente nota donde analiza los contenidos y propósitos de una diplomatura denominada “Resistencia al Neoliberalismo” que se dicta en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
Como ejemplo extremo de los desatinos ideológicos de la iniciativa desarrollada en la Universidad a la que se destinan la mayor cantidad de fondos públicos, analiza un twitt de Sonia Winer, coordinadora de la diplomatura, reproduciendo otro twitt de Ernesto Alonso, ex combatiente que integra el CECIM La Plata.
Dice el twitt en cuestión: “Para abordar la cuestión Malvinas desde la educación (...) es importante para la etapa que se viene deconstruir los estereotipos del “Héroe” fundados en la lógica del patriarcado, dentro de un pacto extremadamente machista…”
Durante esta larga postguerra, los ciudadanos a quienes nos cupo la responsabilidad y el honor de combatir en defensa de nuestra Soberanía en Malvinas y demás territorios ocupados por los británicos, tuvimos que soportar sucesivas y distintas estigmatizaciones.
Como nuestra organización en centros de ex soldados combatientes se dio precipitadamente, apenas finalizado el conflicto bélico –yo me integré al Centro de Ex Soldados Combatientes en Malvinas de la Capital Federal, que nació el 26 de agosto de 1982-, tanto las Fuerzas Armadas como los incipientes partidos políticos que se re-organizaban para reemplazar a la dictadura, no supieron qué hacer con nosotros.
Ante lo incontrolable y lo desconocido, la opción más fácil fue la de calificarnos de “loquitos”, basándose en la idea que todo aquél que enfrenta la muerte en una guerra, vuelve desquiciado.
Esta manera de estigmatizarnos logró infundir temor en muchos sectores de la sociedad, incluyendo, claro está, en muchos eventuales empleadores, que ante la duda, no contrataron a quienes volvíamos de la guerra. Y que, junto a la inestabilidad económica recurrente en nuestro país, fueron factores para consolidar el desempleo crónico entre los ex soldados combatientes.
Además de este daño objetivo, material, físico, el estigma de “loquitos” funcionó como factor patogénico. Es decir, que muchos compañeros perdieron su equilibrio psicológico, emocional y espiritual, por ser tratados como enajenados. Porque cuando íbamos rumbo al campo de batalla, el grueso de la comunidad argentina nos despidió como a “soldados de la Patria”, pero a nuestro regreso, muchos sintieron la ingratitud de ser tratados como locos.
Los profesionales serios en salud mental – conozco a muchos-, saben que el proceso salud/enfermedad no se construye sólo desde el individuo, sino en la relación del individuo con los otros. En especial, cuando se trata de un fenómeno político y social, como es la guerra.
Al poco tiempo de esta primera etapa de postguerra, bajo la recomendación del politólogo francés Alain Rouquié, se comenzó a estructurar sistemáticamente la “desmalvinización”, consistente en reducir a la guerra de Malvinas como “el manotazo de ahogado de la dictadura militar para perpetuarse en el poder”, señalando a todos los militares argentinos participantes en el conflicto como a torturadores y asesinos, y a todos los soldados como a “chicos de la guerra”, es decir, a infantilizarnos.
Chicos y locos comparten la imposibilidad de emanciparse, y también, la de ser escuchados seriamente, como adultos lúcidos. Que era, justamente, lo que pretendíamos desde las organizaciones de ex soldados combatientes.
Nuestro mayor pecado, en ese entonces, es haber definido nuestros objetivos en base a: 1) recordar en forma permanente a nuestros compañeros caídos; 2) posibilitar la reinserción social de nuestros compañeros ex combatientes; 3) recuperar a las fuerzas armadas argentinas como brazo armado de la Patria, y repudiar el rol represor de su propio pueblo bajo órdenes de la oligarquía, y 4) bregar por la Unidad Latinoamericana, como único camino para recuperar nuestras Islas Malvinas.
Es obvio que la estigmatización de los ex soldados combatientes como “loquitos” o “chicos de la guerra” les vino como anillo al dedo tanto a los jerarcas militares, –que así podían descargar la responsabilidad de la derrota militar sobre la masa de jóvenes “ineptos” para el ejercicio de la Defensa Nacional-, y a la clase política emergente de la recuperación democrática, dispuesta solamente a apropiarse del botín del Estado, y no a representar a los intereses del pueblo. (Un ministro de Menem la llamó “democracia de rodillas”).
Una posición como la sostenida por nosotros ponía en serios problemas a este sistema político, y había que reducirnos al silencio y desplazarnos hacia la marginalidad.
Luego vendría una nueva estigmatización, derivada de las anteriores, y que es la caracterización como a “víctimas de la dictadura”, homologando la experiencia de la guerra contra el Reino Unido de Gran Bretaña por la defensa de nuestras Islas Malvinas, al Terrorismo de Estado. Es decir, la subsunción de la Causa de Malvinas a la problemática de los Derechos Humanos. Y aunque este “relato” resulte un disparate histórico y no resista la menor confrontación fáctica, ha resultado operativo para engatusar a miles de personas desprevenidas.
Es claro que los mayores beneficiarios de todas estas perversas caracterizaciones de los ex soldados combatientes argentinos, son los propios británicos, aunque en sus propios relatos hayan definido de manera bien distinta a sus bisoños enemigos de 1982. ¿Por qué se va a degradar el amo, teniendo tantos sirvientes para hacer el trabajo sucio?
Lo curioso, es que desde el inicio de este proceso de desmalvinización, el CECIM La Plata fue la herramienta escogida para asumir cada una de las estigmatizaciones que el sistema político y los jerarcas militares adoptaron para descalificar nuestra palabra colectiva (con los británicos detrás de escena).
Ahora, Ernesto Alonso, la cara más visible del CECIM La Plata, inventa una nueva estigmatización sobre el resto de los ex soldados combatientes. Como durante estos 38 años son una ínfima minoría quienes se pusieron el sayo de loquitos, chicos de la guerra o víctimas de la dictadura, se trata de acusarnos de “machirulos”, resabios de un sistema “extremadamente machista” que reivindica la guerra y la violencia, mientras propone “deconstruir” el estereotipo del “Héroe”.
Las reacciones a esta invención de Alonso entre los ex soldados combatientes han sido casi unánimes. Pretendo refutar con argumentos, por lo que no repetiré los insultos e imprecaciones de todo tipo.
Tampoco pretendo apelar a la medición de valentía o de cobardía desplegados en el campo de batalla; sólo sé que estoy conforme con mi humilde desempeño en la guerra. Si alguien se dejó vencer por el miedo, no lo juzgo. Pero lo que sí creo que debemos exigir, es la verdad. No el uso de un disfraz, tal como el propio Ernesto Alonso tituló una nota de su autoría, publicada días atrás en “El Cohete a la Luna”, periódico digital de su maestro Horacio Verbitsky
En su twitt, Ernesto Alonso acusa implícitamente a quienes nos sentimos orgullosos de haber peleado con honor contra los ingleses, como exaltadores de la violencia.
Lo cierto que ni nosotros, ni el pueblo argentino –y me atrevo a sostener que ni siquiera la propia dictadura en forma consciente-, quisimos ir a la guerra. Sostengo, junto a otros analistas del conflicto, que la guerra fue pensada, planificada y ejecutada por la alianza anglo-norteamericana, con el propósito estratégico de establecer una base militar de la OTAN en el Atlántico Sur.
Pero una vez en esas circunstancias, la inmensa mayoría de los que estuvimos allí, lo hicimos lo mejor que pudimos, sintiendo que estábamos defendiendo una Causa justa, más allá de la tragedia que nos rodeaba. Asimismo, la inmensa mayoría hemos aprendido a valorar la Paz como un bien superior, y una conquista para la cual hay que luchar cada día de nuestras vidas. Sabiendo que la Paz sólo puede ser verdadera, si se basa en la Justicia.
Admitiendo, también, que algunos veteranos de guerra pueden haberse enamorado de las armas, y ejercer la violencia sobre su prójimo. Que incluye, desgraciadamente, a sus compañeras de vida, sus hijos, u otros seres queridos.
Pero que ello no es parte de un sentido “gerrerista”, o derivado de un sistema “patriarcal” que exalta la violencia de manera sistemática y generalizada, es la comprobación de la diferencia entre lo ocurrido en nuestra postguerra, donde los ex soldados combatientes se quitaron la vida, y las postguerras norteamericanas, donde veteranos de guerra se parapetan como francotiradores para asesinar a decenas de sus conciudadanos.
A menos que interpretemos los suicidios entre nuestros soldados como derivaciones de un sistema machista-falocéntrico-patriarcal, y no como parte del proceso de desmalvinización que debimos sufrir en esta larga postguerra.
Lo que denota el análisis trucho y remanido de Ernesto Alonso, como corifeo de las vanguardias progresistas, es su absoluto y completo renunciamiento a su condición de ex soldado combatiente, su adscripción a un dispositivo colonial, y, como lo describe apropiadamente Claudia Peiró en su brillante análisis, “el individualismo extremo en nombre del combate al neoliberalismo individualista”.
En medio de este desierto espiritual, es lógico que Alonso, sus cómplices del CECIM La Plata y demás agentes coloniales no comprendan el empecinamiento del pueblo argentino –manifestado infinitamente en cada rincón de la Patria-, por recordar a los soldados argentinos caídos como a Héroes Nacionales.
Un Héroe no es un ser extraordinario, sino una persona ordinaria que, puesto en una situación extrema, saca lo mejor de sí para defender un bien superior. Es decir, que el Héroe es la encarnación de la Virtud. El espejo donde queremos mirarnos, para ser mejores.
Y es lógico también, que quien carece de toda Virtud, la niegue en los demás, no sólo porque no la entiende, sino porque no la soporta.
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