lunes, 16 de mayo de 2016

Guardó 60 cartas que los chicos mandaron a Malvinas y ahora quiere encontrarlos

Enrique Brunt, ex combatiente en las islas, pudo traer luego de la rendición esas cartas. Las atesoró 30 años y ahora tomó coraje para buscar a los autores.
Nostalgias de la trinchera. Enrique Brunt y un tesoro inédito. Tiene casi 60 cartas enviadas a Malvinas, algunas de las cuales llegaban dentro de chocolates (LaVoz).


La herida abierta en la Guerra de Malvinas es tan profunda, que algunas historias demoran 30 años en salir a la luz. Enrique Brunt, integrante por entonces del Regimiento 25 de Infantería, llegó a Puerto Argentino como soldado conscripto el 10 de abril de 1982.
“Yo no tenía ni dos meses de instrucción y me tocó ir a defender a nuestra tierra, más allá de lo que pensara de la estructura militar. Uno se envalentonaba por el amor a la patria que nos enseñaron de chiquitos. Después vino el olvido, y uno tratando de enfocarse en la vida, buscando cumplir con el sueño de tener una familia. Recién ahora tengo fuerza para comentarlo, pero de la guerra me traje como 60 cartas que significaron mucho para mí”, cuenta Enrique Brunt, riocuartense casado con Marita y padre de tres hijos adolescentes.
Brunt pasó prácticamente toda la guerra en la trinchera frente al aeropuerto de la isla Soledad. Esa proximidad y el hambre lo llevaron, a él y a los integrantes de su compañía, a “manotear” encomiendas.
“A la noche venían los aviones a descargar, sin detenerse, por los bombardeos, largaban los bultos. Un tractorcito los sacaba al costado. Nosotros estábamos a 200 metros, algún cabo nos hacía la pata y salíamos a buscar comida, antes de que retirara todo la Fuerza Aérea. En esa rateada, muchos soldados sacaban la comida y dejaban los papeles. Yo juntaba las cartas, me las guardaba y las leía siempre que podía”, confía, emocionado.
De las escuelas. Por entonces, casi todos los colegios del país enviaban chocolates, mensajes de aliento y provisiones a los soldados. Brunt había conseguido una bolsa y preparado un hueco “hermético” para preservar las cartas en la trinchera. En el pozo de zorro que se llenaba con agua helada –que sacaban con los cascos– convivió durante toda la guerra con Ricardo Ledesma, “el Negro” de Villa María, a quien considera su hermano.
Para Brunt, con 18 años, las cartas fueron justo lo que sus pequeños autores soñaron: un mensaje de aliento, de amor, de fuerza; una caricia, un abrazo en medio del horror. Las guardó tres décadas, como un secreto. La mayoría son de “chicos” de Villa Ballester, Chubut y Mar del Plata.
Brunt es empleado de una empresa de telefonía que tiene más de 90 ex combatientes en su plantel y todos los años se reúnen. Fue en el último encuentro en Buenos Aires que Enrique tomó coraje y llegó hasta una de las escuelas de Villa Ballester, de donde provinieron muchas de las misivas atesoradas.
Confiesa que si no lo hubieran acompañado otros dos ex soldados, Víctor Alamo y Eduardo Herrmann, no se hubiera animado a entrar al colegio.
Una maestra suplente reconoció enseguida su dibujo de una flor en el mensaje.
“Querido soldadito”, le decía en 1982 y ahora lo tenía enfrente. “Te cuento raleado porque es muy fuerte”, dice el ex combatiente, emocionado. Muestra recuerdos, el pañuelo con el que cubría su casco. Agradece a Dios que en su compañía no hubo muertos, pero recuerda el hambre que pasaron, que llegaron a “cuerear” a unos pájaros grandes, juntar arroz y carne del suelo…
Galpones con comida. “El 14 de junio a las 6, cuando nos avisan que termina el conflicto, fuimos a entregar las armas. Ahí vimos que unos galpones, a 500 metros de nuestra posición, estaban hasta el techo de comida… Cuando caí prisionero de los ingleses, pude pasar las cartas como pertenencias mías. Yo las llevaba siempre repartidas en los bolsillos del pantalón. El inglés no me entendía nada pero yo le decía que eran algo mío, y me tocaba el corazón. Me las dejó quedar”, contó el ex soldado.
El cierre del “correo”
Puente aéreo. Según el periodista Diego Pérez Andrade, quien cubrió la guerra para la agencia Télam, llegaron a Malvinas paquetes y cartas desde el continente “hasta los días 26 ó 27 de mayo”. La guerra terminó el 14 de junio de aquel 1982.
Sacerdotes y censores. Pérez Andrade relató ayer a este diario que los capellanes eran los encargados de leer la correspondencia que llegaba para los soldados. “Antes de que se corte el puente aéreo, detectaron que la inteligencia británica y la chilena mandaban mensajes instando a la rendición”. También recordó que otro gran problema fue de logística, porque “la gente mandó muchísimas cartas y cosas”.



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